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En abril de 2008, cuando la crisis financiera empezaba a hervir, Angela Merkel acogió como anfitriona, en su cancillería de Berlín, el 60 cumpleaños del entonces presidente ejecutivo de Deutsche Bank, Josef Ackermann. Ocho años más tarde, el Gobierno alemán está haciendo todo lo posible para mantener la crisis del mayor banco de Alemania lo más lejos posible y evitar así que le salpique.

La tormenta no amaina para Deutsche Bank, y los problemas financieros de la entidad crediticia son lo último que Merkel necesita de cara a postularse como candidata al que sería su cuarto mandato. El primer capotazo lo ha dado el portavoz de Merkel, que se ha apresurado a desmentir los rumores sobre una posible ayuda pública de parte del estado alemán para atajar la crisis de la entidad. En una entrevista a Bild, el actual presidente de la entidad, John Cryan, ha descartado recibir ayuda del Estado alemán.

No hay que olvidar que Deutsche Bank vale a día de hoy cerca de 14.500 millones de euros, poco más que los 14.000 millones de dólares que el Departamento de Justicia de EEUU pretende que pague por el papel que el banco alemán desempeñó en el negocio de las hipotecas basura en 2008.

«Es inimaginable que pudiéramos ayudar a Deutsche Bank con el dinero de los contribuyentes», ha afirmado Hans Michelbach, experto en finanzas del grupo parlamentario de la CDU, en una entrevista. «Esto conduciría a una protesta pública. La clase política perdería credibilidad con la intervención del Estado», añade.

Para Merkel, cualquier injerencia de su Gobierno en los problemas del Deutsche Bank sería como pegarse un tiro en el pie de cara a unas futuras elecciones. La canciller ya tiene en su contra su política de refugiados y el malestar se ha adueñado del seno de su partido, mientras que los últimos sondeos de opinión no vaticinan nada bueno.

«Lo único que quiero decir es que el Deutsche Bank es parte de la banca alemana y del sector financiero y que, por supuesto, deseamos que todas las empresas, también si están teniendo dificultades temporales, puedan salir adelante», respondió la canciller a la pregunta de un reportero en Berlín.

Cualquier paso atrás de Merkel después de años de tomar medidas contra los ‘too big to fail’ -bancos demasiado grandes para quebrar- sería un movimiento difícil de encajar para un electorado ya de por sí inquieto. También entraría en conflicto con la normativa europea adoptada después de la crisis tantas veces defendida por Merkel y su ministro de Finanzas, Wolfgang Schaeuble. Medidas que vendieron a los votantes alemanes como una manera de evitar futuros rescates financiados por los contribuyentes.

La líder alemana ya tiene antiguas heridas políticas de las anteriores rondas de sparringcon Deutsche Bank, heridas que no quiere reabrir. Ya le llovieron críticas después de albergar la fiesta de cumpleaños de Ackermann. Tres años más tarde se enfrentaron en el Foro Económico Mundial de Davos por cómo gestionar la crisis de deuda soberana. Merkel ha mantenido distancia desde entonces.

Deutsche Bank dijo este mismo lunes que está «decidido a cumplir con los desafíos solo». Sin embargo, Merkel puede verse forzada a intervenir en la negociación con el Departamento de Justicia de EEUU en favor del gigante alemán.

Pero Merkel ya ha demostrado que es capaz de hacer cualquier cosa para garantizar la estabilidad del euro. Lo hizo con Grecia. El mismo razonamiento es aplicable a la supervivencia de un banco cuyas raíces se remontan a la fundación del Estado alemán. Más, si lo que está en juego afecta de manera directa a sus ciudadanos.

Y es que, casi la mitad de los 101.000 empleados del banco están en Alemania, al igual que el 56% de sus accionistas, de acuerdo con el último informe anual de Deutsche Bank. Angela Merkel descartó este lunes cualquier tipo de ayuda estatal al banco, aunque, si finalmente actúa, lo hará poniendo en juego su futuro al frente de la potencia europea.

Fuente: eleconomista.es